La Gula o el impulso de buscar el Paraíso en vida
Un repaso a la demonización de la glotonería por el cristianismo, desde su aparición en forma demoniaca en Dante hasta las bulas de indulgencia.
La gula es uno de los 7 pecados capitales del cristianismo y, por tanto, tiene un gran protagonismo en la epopeya teológica Divina Comedia de Dante, obra tildada por muchos de panfleto propagandístico del cristianismo. De hecho, como comenta Pedro Sanz Abad en su artículo sobre la presencia de Virgilio en el Inferno, “el poeta cristiano [Dante] pretende levantar el más grandioso monumento de la teología católica”. (p. 266)
El protagonista de la epopeya de Dante no es otro que su alter ego, quien tiene que realizar su particular viaje del héroe para posicionarse como ejemplo de virtud y contrición cristiana. La primera de las tres partes de la obra está dedicada al Inferno, donde Dante será guiado por el poeta clásico romano Virgilio. Como en tantas obras de la épica clásica como La Odisea atribuida a Homero, el héroe ha de sumergirse en los infiernos –tanto a nivel físico como psicológico– para poder llegar a su iluminación, su enriquecimiento moral. En la obra de Dante este paso es el primero.
El personaje, guiado por Virgilio –el célebre escritor de La Eneida, obra que glorifica la fundación de Roma y la figura del emperador–, ha de internarse en el infierno y atravesar 9 círculos habitados por los condenados por distintos pecados. Entre ellos, la Gula, que ocupa el tercer círculo. Cada uno de los círculos está custodiado por un demonio diferente. El tercero lo está por el Can Cerbero, un perro de tres cabezas que en Virgilio aparece como guardián de las puertas del Inframundo a las órdenes de Hades, dios de los muertos. El hecho de que este ser tenga tres cabezas hace que tenga también tres bocas, de lo que se sirve Dante para utilizarlo como la encarnación del pecado de la Gula o la glotonería. Otra característica interesante de la obra de Dante es que los condenados sufren un castigo equivalente a su pecado en vida, lo que se conoce como contrapasso. Así, más allá de las puertas que custodia el Can Cerbero, los condenados por el pecado de la Gula pasan la eternidad bajo una lluvia perpetua que los sumerge en un lodazal de fango y heces, como si de cerdos se tratara, y amenazados por el Can Cerbero, que los muerde a su antojo.
En la Eneida, la guía del héroe, Eneas, es la Sibila de Cumas. Eneas también ha de entrar en el Inframundo para experimentar su iluminación vital: una conversación con su padre, Tiresias, en la que le revela su futuro heroico –la fundación de Roma. Para garantizar la entrada del héroe en el Inframundo, la Sibila lanza un pastel de cebada y miel al Can Cerbero quien, llevado por su glotonería, descuida las puertas. Es probable que Dante recupere a este ser como encarnación del pecado de la Gula no solo por sus tres fauces sino también por la distracción descrita en Viriglio. Aunque en el texto de Virgilio el carácter demoníaco de la comida no estaba desarrollado, por la inscripción del texto en la tradición latina –considerada pagana por la Iglesia–, en el de Dante, por su orientación teológica, está muy presente. Lo que es seguro es que el alimento aparece representado en Dante como instrumento del pecado.
Cabe destacar que más allá de ser considerada un pecado, la glotonería es uno de los instintos básicos del ser humano, pues saciar el hambre es vital para su supervivencia. Teniendo esto en cuenta, la demonización de la Gula contribuye a la construcción cristiana del ser humano como portador del pecado original, lo que empezó curiosamente con el mordisco a una manzana. La única vía de salvación que tienen las personas es tratar de pecar lo menos posible en vida para compensar el error de sus ancestros y llegar lo más limpias posible al juicio final, pudiendo optar a entrar en el Paraíso. Esta es la teoría teológica, al menos.
Entre las pruebas que los fieles deben pasar para demostrar esta fidelidad para con Dios y la Iglesia, destaca el ayuno cuaresmal. Durante los 40 días de Cuaresma, el fiel debía practicar el ayuno –tomar tan solo una comida al día– y la vigilia –eliminar la carne de su dieta. Ante la imposibilidad de acceder a pescado fresco, los fieles solían recurrir a pescados conservados de alguna manera, ya fueran sardinas, jureles o bacalao salado. Así, el habitual potaje o cocido diario, con legumbres y algunas carnes, pasaba a ser el Potaje de Vigilia, con bacalao. Con el tiempo, la prohibición de comer carne quedó reducida tan solo a un día a la semana durante la Cuaresma, el viernes de vigilia, además del Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Centrándonos en el valor sociopolítico de este discurso para la institución política que es y ha sido la Iglesia, podríamos decir que se trata de una forma de mantener el status quo de desigualdad entre clases que favorecía los intereses político-económicos de la institución eclesiástica. En la jerga actual, la demonización de la gula sería una estrategia de marketing para conseguir fidelizar al cliente. Con hambre, el sujeto se vuelve sumiso, fácilmente maleable ante la promesa de una vida mejor en la Eternidad que le espera tras la muerte. Sin hambre, el fiel podría dirigir su atención a otros asuntos y se vería tal vez llevado a ascender socialmente, mejorando su situación vital, lo que restaría valor al Paraíso como tierra prometida y debilitaría el discurso propagandístico de la Iglesia.
Una prueba de que la demonización de la glotonería se utilizaba con fines sociopolíticos es la existencia de unos documentos de pago que permitían al fiel saltarse el ayuno o la vigilia: las bulas papales. Entre otros, estos documentos recibieron el nombre de Bula de la Santa Cruzada, pues el dinero que recaudaban se utilizaba para financiar las cruzadas de la Iglesia. Con el tiempo, pasaron a ser conocidas como bulas de indulgencia –para referirse a la bula genérica– o bulas de carne. Así llegaron hasta la actualidad, cuando en algunos lugares se sigue la tradición de pedir permiso a la Iglesia para poder comer carne en Cuaresma. El Heraldo de Aragón narra el caso de un grupo de estudiantes de Derecho en Zaragoza que pidieron permiso a la iglesia para poder celebrar su graduación un viernes de Cuaresma. Aunque actualmente no se cobra el permiso por adelantado, la Iglesia suele aconsejar al fiel que realice un donativo como contraprestación al favor que se le hace. Como curiosidad, según cuentan en la Vanguardia, existe una bula permanente que permite al pueblo de Meco (Guadalajara) comer carne en Cuaresma por su lejanía de la costa.
En la web de la Biblioteca Nacional de España se puede leer que la existencia de estas bulas de indulgencia no se limitaba tan solo a la de carne, pues existía incluso un tipo de bula póstuma, la bula de difuntos, que las familias pagaban para que su difunto fuera directamente al Cielo sin pasar por el Purgatorio. Esta bula fue impulsada por el papa Julio II para costear la “guerra contra los moros de África”. Se trataba de una bula genérica, no nominativa, que se rellanaba con el nombre del difunto una vez adquirida. Sabiendo todo esto, cabe preguntarse por qué Dante no ideó un castigo en uno de los 9 círculos de su Inferno para los sacerdotes avaros. La respuesta, se la dejo al lector.