Lugares y platos de la Costa de Azahar
Mis lugares favoritos para comer un arroz, unas tapas de pescado o un dulce en Peñíscola y alrededores.
5 años. Un lustro desde que un famoso concurso de cocina televisado encendiera la chispa de mi interés por Peñíscola y otros pueblos cercanos. Había oído hablar de este enclave en la costa de Azahar, pues mi hermano lo había visitado en varias ocasiones con su familia política. Sin embargo, no fue hasta que vi las imágenes en movimiento de sus calles e intuí el rumor del humo de sus pescados y paellas que sentí una necesidad apremiante de visitar este pueblecito que prometía cultura, historia y gastronomía. Apresuradamente, me dispuse a buscar alojamiento y, junto a mi madre, mi tía y mi prima, comenzamos a trazar un viaje que, sin entonces saberlo, se quedaría para siempre en un lugar privilegiado de mis recuerdos.
La llegada a Peñíscola ya promete una aventura apasionante. Al divisar el castillo, te sientes al instante personaje de otros tiempos, templario, acompañante del carismático papa Luna, observador del mediterráneo desde un puesto privilegiado. Observas la playa, y te abandonas al reflejo del peñasco, de aquel pueblo de casitas encaladas que aíslan del calor y la humedad tan presentes en el julio en que descubrí Peñíscola. El paseo marítimo de la Playa Norte termina en una plaza rodeada de restaurantes de más o menos lustre, que anticipa el comienzo del paseo amurallado por el casco histórico. Tan propenso al deleite por la arquitectura y las historias que esconde, siempre que visito Peñíscola me siento como el personaje de un cuento, abrumado por su rocoso paisaje, cargado de mensajes y recuerdos por desentrañar. Al cruzar el arco de entrada, aparece otra plaza, más cálida y bordeada por una arcada que asciende en vertical hacia el cielo y te da cobijo frente a la imagen del puerto y el mar que rompe, embravecido, contra el peñasco. Es este mismo mar el que proyecta su susurro brusco y relajante contra las piedras sobre las que se asienta el bar musical de El Bufador; es también el que divisé desde la plaza del castillo, con el telón de fondo de la obra “El enfermo imaginario” divinamente interpretada por el grupo Arte Morboria en el Festival de Teatro Clásico de aquel hechizante y prometedor verano del 2019. Conocí Peñíscola justo antes de la pandemia que nos acechó al año siguiente, la que durmió nuestras ilusiones – a la vez que nuestros paladar y olfato– y, por tanto, se llevó por un tiempo que pareció eterno nuestras esperanzas más inmediatas. Quizás es por esto que las calles de Peñíscola dejaron tan honda impresión en mi mente y su gastronomía lo hizo en mi paladar, o tal vez fue el aroma de su mar y su producto, la calidez de su ambiente. Peñíscola es un pueblo cuya carga histórica y cultural, contra viento y marea –y nunca mejor dicho–, resistió el paso de los años y las generaciones para conservar un encanto particular, a pesar de su criticada masificación en la temporada estival.
Tras mi visita a Peñíscola, lejos de quedar ahíto, sentí la necesidad de visitar los pueblos cercanos, y mi interés se extendió no solo por la provincia de Castellón sino también por el cercano Delta, en Tarragona. Todas estas vistas que relato, los edificios que observé y las calles que pisé, no serían lo mismo sin el aderezo de la gastronomía característica de la costa de Azahar y que se extiende desde el Delta del Ebro. Siempre abrumado por el éxtasis que suponen sus paisajes, llano en el caso del delta, abrupto y contrastado en el caso de la costa, descubrí poco a poco una gastronomía donde abundan los arroces, crustáceos, mariscos y las masas dulces, elegantes y aromáticas, extendidas, dobladas y rellenas que son sus pastissets. Para ilustrar la cocina de la zona, me gustaría guiaros por mis rincones favoritos para comer un arroz, unas tapas de pescado o un buen desayuno por la zona:
Restaurante Marinba del Hotel Tío Pepe (Peñíscola)
He visitado en varias ocasiones el restaurante del Hotel Tío Pepe, recientemente renombrado como Marinba, y en una ocasión complementé la experiencia con una estancia en el hotel. De todas mis visitas, he salido satisfecho y con ganas de regresar para seguir probando los platos típicos de su carta compuesta a base de arroces, mariscos, pescados, carnes y unos postres que están totalmente a la altura del resto de la carta, para mi sorpresa, debido a lo que se suele servir en otros restaurantes, con independencia del nivel de calidad que ofrezcan.
Blat Negre Crêperie (Peñíscola)
Seguimos en Peñíscola. Si queréis optar por una cena no demasiado copiosa pero sorprendente, os animo a visitar la crepería Blat Negre, dentro de la muralla del castillo. Me gustaron tanto sus crepes salados como los dulces, aunque fueron los primeros los que más me sorprendieron, pues fue el primer sitio donde probé las Galettes au Sarracin, una variante de la crepe tradicional que se elabora con harina de sarraceno, dando lugar a una masa más ligera, crujiente y apta para celíacos. Me quedo con el crêpe de hamburguesa al roquefort con cebolla caramelizada.
Cafetería Mandrágora (Vinaròs)
Desplazándonos a Vinaròs, os presento una cafetería que se ha convertido en parada obligada cuando me apetece tomar un buen desayuno. Elaboran una gran cantidad de dulces, desde un equilibrado croissant de mantequilla con acabado crujiente de azúcar, unos generosos dónuts rellenos, gofres y crêpes a muy buen precio (2’80€ el de Nutella) o tartas tipo Layer Cake por encargo. El apartado de salados también tiene una buena presencia: me quedo con la tostada de tortilla de patata (de las mejores que he probado) o el croissant integral vegetal. Para acompañar todo esto, no os perdáis sus batidos de fruta o smoothies, sus chocolates o sus granizados de café (el clandestino, con leche condensada, es una apuesta interesante para los golosos como yo).
Lo Barril (La Ràpita)
Cruzamos la frontera hacia Cataluña y nos encontramos con un pueblo de pescadores, donde podéis encontrar desde unos mejillones riquísimos hasta una gran variedad de tapas. Mi lugar favorito para degustar todos estos productos es el Bar Lo Barril. Ofrece un pescado fresquísimo, variable en función de la disponibilidad de la lonja, unas bravas muy originales (con alioli y atún) y unas croquetas estupendas de calamares en su tinta o rabo de toro. En cuanto al pescado, me quedo con el salmonete frito, una delicia. Dejaos aconsejar por el camarero y dueño del local, un apasionado de su trabajo que intenta transmitir la misma emoción en el comensal con su trato amable y atento.
Pastelería Dolços Alemany (Amposta)
Si os apetece una merienda o un desayuno dulce, quedamos en Amposta, donde se encuentra una pastelería con una larga tradición que ofrece unas masas deliciosas. Mis favoritos: el croissant salado tradicional, de jamón y queso o Frankfurt, y el Flan Pâtissier con masa hojaldrada, de lo mejor que he probado, y creedme que en cuestión de dulces, he probado muchísimo. No dejéis de probar sus pastissets, de cuatro variedades: cabello de ángel, boniato, chocolate y, mi favorito, el de confitura de naranja. En verano también ofrecen helados y batidos fríos, como el de leche merengada.
Hasta aquí mi pequeña aportación sobre la gastronomía de la costa de Azahar, que intentaré ir actualizando con sucesivos artículos a medida que descubra más lugares de mi agrado. Para empezar, pronto publicaré una crónica sobre un restaurante que acabo de descubrir y que se va a convertir en un imprescindible de esta lista. Estoy abierto también a vuestras recomendaciones, por supuesto. ¡Hasta pronto!
¡Muchas gracias, Adri! Yo paso dos meses al año en Alcossebre, así que me viene de perlas 😍